Por Elena Mayor Lozano, CEO en EmotionHR y vicepresidenta de la Asociación Nacional de Felicidad de Personas y Organizaciones, Conciencia y Compasión.
El refranero popular tiene frases eternas para describir lo que quiero transmitirte en este post. Quizá oíste a tu abuela decir cosas como “no hay mal que cien años dure” o el famoso “no hay mal que por bien no venga”. Parecen frases de resignación, pero incluyen una gran sabiduría.
En mi “noche oscura del alma”, como yo llamo a los años en los que pasé por un largo y oscuro peregrinaje vital, tuve que hacer uso de una gran resiliencia que ni siquiera sabía que tenía. Soporté el fin de mi anterior vida, una vida diseñada por mi al detalle, para quedarme en la nada. Y todo en cuestión de un par de meses. Sola, divorciada, sin trabajo, sin paro (era autónoma), sin pensión de mi exmarido, con dos hija a mi cargo y con mil deudas que ni siquiera eran totalmente mías, tuve que remontar desde cero.
«Recuerdo que siempre me decía a mi misma que no se podía estar peor de lo que estaba y siempre me equivocaba, efectivamente era posible estar peor, la vida se encargaba de demostrármelo con demasiada asiduidad. Intentaba adivinar cuando vería la ansiada luz al final del túnel que parecía no existir hasta que un buen día decidí aceptar que afrontaría lo que viniera, sin intentar adivinar cuando tocaría fondo por fin».
Como sé que los pensamientos son los que verdaderamente nos hace sentir desgraciados, intenté ver aquella situación de otra manera (por aquel entonces me sobraba mucho tiempo para reflexionar porque no tenía mucho trabajo). Si conseguía ver todo aquello de otro modo, seguramente me sentiría mejor y me dije que quizá toda aquella desgracia creciente iba a desembocar en un nuevo escenario que sería aún mejor que el que había estado disfrutando durante tantos años, aquella vida ideal. Era sólo cuestión de esperar.
A partir de ese momento, me prometí reevaluar las supuestas desgracias que me estaban ocurriendo con cierta perspectiva, dejando pasar el tiempo, y llegué a la conclusión de que casi todo lo que me había ocurrido eran lecciones que me traía la vida para trascender algo en mi. Debía entenderlos como oportunidades de evolución personal, aprendizajes abruptos que me enviaba la vida para deshacerme de antiguos clichés, de autoexigencias sin límite y en definitiva para enseñarme a dejar de dar importancia a cosas que realmente no la tenían. De repente cobró sentido la famosa frase “no hay mal que por bien no venga” y me gustaba comprobar que dentro de aquel oscuro camino, lo que inicialmente me parecían auténticas desgracias, estaban colocando muchas cosas en su sitio y podía considerar incluso “que había sido una suerte que ocurrieran”.
«Hasta los 40 años mi vida iba dirigida a conseguir el éxito en los negocios y a crear un patrimonio que me permitiera retirarme joven del mundo profesional. Todo lo que hice iba encaminado a este propósito y por poco lo consigo. Mi ego se volvió desmedido mientras comprobaba que llegaba el triunfo esperado y que conseguiría por fin la vida que quería para mi».
Cuando casi lo había conseguido, llegó el alcoholismo de mi marido, el divorcio, el saqueo de las empresas por su parte, que tuvieron que cerrar, y mi encierro en una jaula de oro, como yo la llamo. Me quedé sin empresas y por ende sin trabajo, mi marido se declaró insolvente porque el dinero que había saqueado no lo tenía en cuentas propias y como consecuencia dejó de pagar a todo el mundo, mi pensión incluida. Además, decidió no vender ningún inmueble, esos de los que íbamos a vivir en nuestra jubilación anticipada, por lo que tenía varios inmuebles que no podía vender y debía hacerme cargo del pago de las hipotecas y todos los gastos que generaban. Cada semana a lo largo de dos meses horribles me enteraba de un gasto más que tenía que asumir sin tener trabajo, ni dinero y con mis dos hijas a cargo. Yo, que había disfrutado de una vida holgada, con todas las comodidades y sin un solo problema económico.
Como digo, aquellos inmuebles que iban a suponer mi jubilación de ensueño se convirtieron en mi jaula de oro. La vida se había dado la vuelta. Me quedaban dos opciones: perder todo el patrimonio o buscar una fórmula para sobrevivir y ese fue mi objetivo.
¿Cómo puedes ver la vida en positivo en una situación así?
Después de un par de años, cuando decidí que tenía que ver aquello de otra manera, pude comprobar lo fuerte que me había vuelto. En este mundo si tienes dinero todo es amabilidad y respeto, pero si no lo tienes el mundo pierde sus formas. Pues bien, comencé por ignorar todo esto, ya no me afectaba. Yo tenía muy clara mi estrategia y cómo iba a conseguir salir de allí y las insinuaciones de los directores de banco no me interesaban.
«La inagotable capacidad resiliente que desarrollé me otorgó un verdadero superpoder. No sólo era más fuerte emocionalmente, además estaba convencida de que nada iba a poder conmigo. Aprendí que las cosas son solo esos, cosas, y que perder cosas significa sólo perder un modo de vida, una manera de vivir. Aprendí que la vida es algo más que triunfar».
Aprendí que la vida cambia y no responde a ningún diseño que hayas hecho y que por eso no hay que vivir pensando en el futuro, que el presente es lo único que tenemos.
También aprendí que hay que dejar marchar personas y cosas y que hay que aprovechar los cambios para detenerse, ir hacia adentro y buscar lo que verdaderamente quieres hacer con tu vida. Y dentro de mis más profundos valores no estaban el triunfo y el dinero, sino otras cosas más importantes que ahora si tengo.
Echando la vista atrás he conseguido darme cuenta de que realmente la vida me obligó a cambiar y que la que tengo ahora se acerca mucho más a la vida soñada que siempre quise: un trabajo poco estresante, un compañero de vida maravilloso, unas hijas de las que me siento muy orgullosa.
Después de diez años, sólo he perdido una pequeña parte del patrimonio. ¡Pude con todo!.
Lo aprendido en estos años puede resumirse en unas cuantas frases que pongo aquí por si te sirven de inspiración en tu actual situación:
-Cuando vienen mal dadas, siempre es posible evaluar lo que ocurre desde otra perspectiva. Si haces el ejercicio de mirar atrás pasado un tiempo, te darás cuenta de que, en casi todas las ocasiones, aquello vino por algo bueno. ¡Haz la prueba!
–Cuando surgen las desgracias y te obligan a dar giros inesperados y cruentos, no te desesperes, gestiona sin sentirte víctima. Es humano sentirse mal al principio, pero tu objetivo es parar y gestionar.
-Cuando te concentras en gestionar no te dedicas a sumirte en la desesperanza. En medio del vendaval, ten siempre presente que cuando pase la ola de negatividad habrás evolucionado, serás alguien con un yo mejorado, con más capacidad de adaptación, más fuerte y segura.
«Llegará un momento en el que seas capaz de estar contenta a pesar de lo que te pasa, en ese momento habrás conseguido un estado de paz muy cercano a la felicidad».
Si quieres contarme tu particular noche oscura del alma, puedes escribirme a emayor@emotionhr.com.