Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.
Seguramente, la mayoría de nuestros lectores y lectoras se preguntarán a qué relaciones nos referimos, ¿a las relaciones afectivas, a las relaciones laborales, sociales, de amistad…? La respuesta es a todas las relaciones que nos importan de forma especial en nuestra vida, con los matices que cada una requiere.
Constantemente, en la práctica de la psicología nos encontramos con personas que sufren, y sufren mucho, en su intento por conseguir una relación más positiva con su pareja, con sus hijos, amigos, compañeros…
La mayoría quiere mejorar su comunicación, pero no sabe bien cómo conseguirlo. Resulta curioso, y a la par desmoralizante, que no consigamos tener la relación que deseamos con personas a las que queremos y apreciamos. ¡Cuántos desencuentros y cuántos equívocos llevamos a nuestras espaldas!
«La realidad es que diariamente somos testigos de dificultades, tensiones, discusiones, incluso rupturas muy dolorosas, donde parece que nos quedamos sin recursos para encauzar y solucionar esas diferencias y desencuentros».
Principales causas y responsables de nuestras dificultades de relación
Cuando buscamos las causas, inevitablemente tenemos que remontarnos a una educación deficiente en materia de comunicación. La realidad es que tenemos un vacío, una laguna imperdonable, en un tema tan importante para nuestra vida. Aquí parece que quien ha nacido con suerte y habilidad consigue relacionarse bien con su entorno, pero quien no está ungido con esa especie de “don”, lo tiene difícil.
«No nos educan para ser sociales, para escuchar, para analizar, para ser receptivos, para buscar encuentros; más bien parece que estamos más entrenados para discutir y pelear, que para ponernos en la piel del otro y mostrar comprensión y paciencia ante conductas que no nos gusten».
¿Hay personas que hacen más fáciles o difíciles las relaciones?
Si reflexionamos sobre este tema, observaremos que muchas personas tienen más facilidad para centrarse en lo negativo, que en lo positivo. Es como si tuvieran un filtro, mediante el cual “cazan” cualquier conducta, incluso cualquier pensamiento ajeno, que pudiera ser susceptible de reproche. Parece que estuvieran al acecho, para decirnos lo que hacemos mal. ¡Cuánta energía gastada en proporcionar malestar!
Por el contrario, afortunadamente existen otro tipo de personas a las que da gusto acercarse. Casi siempre están con buen ánimo, se toman la vida con optimismo, saben escuchar, se muestran cercanas, intentan ayudar, situarse en el lugar del otro… y, en lugar de machacar, nos responden con una sonrisa llena de ánimo y con una actitud que nos ayuda a sentirnos bien.
¿A qué se deben esas diferencias en la forma de comportarnos?
¿Por qué esa diferencia tan grande entre unos y otros? Ya sabemos que nacemos con un temperamento, y que algunas personas parecen haber tenido más suerte con el “lote” que recibieron, pero fundamentalmente se trata de una manera de enfocar la vida, de la sensibilidad o insensibilidad que tenemos y de las personas que han sido nuestro referente. ¡Cuánto nos influye haber estado con personas positivas o negativas!
Si nos fijamos, la principal diferencia es que mientras las positivas constantemente refuerzan a quienes están a su alrededor, las negativas parecen empeñadas en usar el castigo o el reproche como medio de comunicación. Seguramente estas últimas no lo hacen para fastidiar, aunque a veces parezca que disfruten con ello, lo hacen porque fue lo que aprendieron de pequeños, o en un momento crucial de sus vidas; es decir, lo hacen por costumbre, por hábito, y ya no se plantean otra forma de enfocar sus relaciones.
¿Cómo podemos mejorar nuestras relaciones?
«Hoy propongo un ejercicio muy saludable a nuestros lectores y lectoras, durante los próximos días vamos a esforzarnos por comportarnos de forma positiva con las personas que nos rodean, y muy especialmente con las personas que queremos o apreciamos».
En lugar de estar a la caza de cualquier fallo, nos centraremos en reforzarles, en manifestar nuestro agrado por lo que hacen o por lo que intentan hacer, o simplemente por cómo son. ¡Cuánto bienestar generamos en los demás cuando les decimos que algo suyo nos parece bien!
Pero la mayoría utiliza sólo el Refuerzo Positivo para estos fines. En realidad, lo hacen porque nadie les enseñó que produce más satisfacción y mayor bienestar en las personas el Refuerzo Negativo. Antes de que nos hagamos un lío, conviene que sepamos que el Refuerzo Negativo es la eliminación de algo desagradable. Por ejemplo, un refuerzo negativo es ayudar a un compañero que está muy sobrecargado de trabajo. En lugar de decirle que sentimos que esté tan agobiado, nos agradecerá mucho más que le aliviemos con su carga.
Si lo pensamos un poco, la mayoría encontrará cómo dar Refuerzos Negativos a sus hijos, pareja, amigos, familiares… Por ejemplo, qué tal si cuando lleguemos a casa, además de decirle a nuestra pareja o a nuestros hijos que estábamos deseando verles, que nos sentimos muy felices por su compañía, además de eso (que pocas veces lo manifestamos), nos esforzamos por darles refuerzos negativos, por ejemplo: por hacer alguna de las tareas que más les cuesta (“hoy haré yo la cena, o recogeré la cocina, o ayudaré yo a los niños con los deberes, o los bañaré y les acostaré, o plancharé la ropa…”); si a esto le añadimos alguna actividad más creativa, como: “cuéntame eso que tanto te preocupa” –y por supuesto ponemos la máxima atención-, o incluso: “como se que estás muy cansado/a, hoy te voy a dar un masaje”, ¿qué pensamos que pasaría?. Seguramente se quedarían muy sorprendidos, pero sobre todo se sentirían queridos, mimados, ayudados… ¿Es tan difícil hacerlo?, ¿qué tal si lo intentamos?, seguro que nos sentiremos bien, y además estaremos sentando las bases de una nueva forma de relacionarnos.
Un último apunte, si cuando nos disponemos a dar ese refuerzo negativo encontramos a la otra persona de mal humor y con ganas de bronca, ¡no saltemos!, ¡escuchemos con atención, mostrémonos cercanos y manifestemos nuestra tristeza por su malestar! Esa será la primera respuesta, la segunda será aplicar un refuerzo negativo. Si lo intentamos con buen ánimo, seguro que conseguimos nuestro propósito, y… ¡qué mejor fin que aprender a querer bien!
Nota.- Libro recomendado para este artículo:
- Mª Jesús Álava: Lo mejor de tu vida eres tú. Editorial La Esfera de los Libros.