Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.
Este es un tema de candente actualidad. Cada día vemos, escuchamos o contemplamos a personas que se sienten superiores y que se creen que están por encima del bien y del mal.
Sus comportamientos están llenos de soberbia, prepotencia y de una falta de respeto imposibles de justificar.
A poco que miremos alrededor, fácilmente identificaremos a estas personas que se sienten superiores, que miran por encima del hombro a quienes están alrededor y que piensan que merecen un trato especial.
En el fondo estas personas están encantadas de conocerse; el problema es para los demás; no obstante, la psicología nos puede ayudar y ofrecer claves sobre cómo actuar de forma eficaz.
¿Existe un perfil determinado de este tipo de personas o en realidad no obedecen a ningún prototipo?
Sí que existe un perfil o un prototipo de estas personas que se sienten superiores al resto. En realidad, si analizamos su historia, suelen ser así desde su más tierna infancia, aunque algunas veces se produce un cambio brusco a raíz de algún éxito muy impactante en su vida. Es lo que suele interpretarse como que a alguien «se le ha subido el éxito a la cabeza».
En general, como decíamos, desde su más tierna infancia presentan unos rasgos muy característicos: suelen tener un temperamento fuerte e impositivo; tienden a llamar mucho la atención; da igual el contexto en el que estén, quieren que todas las miradas se dirijan a ellas, y su autocomplacencia va en orden inverso a su sensibilidad. Son personas que están encantadas de conocerse y que solo piensan en sí mismas.
En la adolescencia tienden a liderar algún grupo de compañeros, a los que exigen una actitud sumisa ante su liderazgo. En su comportamiento presentan una arrogancia con la que consiguen seducir a algunos de quienes les rodean; generalmente, a aquellos que sienten más inseguridad y buscan la protección de quien se muestra superior.
Posteriormente, en la etapa adulta, estas personas resultan muy difíciles para quienes están cerca o bajo su campo de influencia.
Mi experiencia me demuestra que nos las podemos encontrar en cualquier ámbito de nuestra vida: en el trabajo, en la familia, en la sociedad… Lo difícil es cuando estas personas forman parte de nuestro núcleo más cercano, pues la convivencia y la relación con ellas puede resultar muy difícil y muy complicada.
¿Cómo podemos identificar a estas personas en nuestro día a día?
En este punto tenemos suerte, porque su actitud en el día a día resulta muy reconocible. Por ejemplo, estas personas no sienten que deban seguir las normas que se aplican al resto dado que se sienten superiores. Este es uno de sus rasgos más significativos y que más difícil hace la relación con ellas.
Miran a los demás por encima del hombro y, en la misma medida con que infravaloran los logros ajenos, magnifican cualquier cosa que ellas hagan.
Con frecuencia resultan impertinentes; no saben escuchar y solo buscan que los demás les presten atención.
No muestran empatía, ni cercanía, ni una mínima sensibilidad que favorezca una relación de igual a igual.
Curiosamente, nunca se sienten mal por lo que hacen. Incluso aunque se hayan equivocado o hayan cometido errores, siempre responsabilizarán a otros de sus actos.
Su falta de conexión con la realidad les incapacita para el trabajo en equipo y para las tareas solidarias.
En su intento de ser siempre centro de atención, no les importa mentir y engañar para conseguir sus fines. De hecho, su desfachatez para la mentira es una de sus principales señas de identidad.
Como decíamos, no tienen empatía, pero tienen mucha habilidad para detectar a las personas a las que, por su especial sensibilidad, les cuesta decir que no y negarse a sus pretensiones, lo que las convierte en grandes manipuladoras.
Podemos concluir que no les importa hacer sufrir si con ello consiguen lo que están buscando.
¿Cuáles son los errores que hay que evitar con estas personas?
Entre los principales errores destacamos:
- Intentar que razonen; no están interesadas en razonar, solo quieren imponer.
- Pensar que dialogando con ellas cambiarán su forma de actuar y terminarán siendo más razonables. Nos equivocamos si creemos que quieren cambiar. La realidad es que lo que pretenden es que cambien los demás.
- Escuchar con paciencia y cediendo en nuestras posturas, pensando que en algún momento se darán cuenta de sus errores, cuando lo que ocurre es que utilizan nuestra paciencia para afianzarse, ganar terreno y seguir imponiendo sus criterios.
- Dejar que marquen las pautas y las reglas de cualquier convivencia en un intento vano de amortiguar sus imposiciones y su beligerancia.
¿Qué tácticas o qué estrategias resultan más eficaces para que estas personas no nos manipulen?
Mi experiencia me demuestra que lo mejor es:
- Retirarles la atención cuando empiezan a presumir o adoptar una actitud de superioridad ante los demás.
- Si es un tema laboral, tenemos que diferenciar el rol que desempeñan. Con frecuencia estas personas, aunque estén a nuestro mismo nivel, tienden a erigirse en jefes o jefas y tratan a los demás como si tuvieran una jerarquía superior. En estos casos, cuando nos pidan hacer algo, sonreiremos y diremos algo así: «Fulano, yo tengo claro lo que tengo que hacer. Tú haz lo que te corresponde a ti». El matiz es sonreír para evitar una tensión innecesaria y, además, porque la sonrisa confiere mucha fuerza a nuestro mensaje, pero en ningún momento nos justificaremos o buscaremos excusas para no hacer lo que nos piden.
- Si se trata de un colaborador, alguien jerárquicamente por debajo de nosotros, aquí lo importante es no dejar que sea el protagonista de las reuniones de trabajo y que intente escaquearse todo lo que pueda al sentirse superior. Por ejemplo, si no para de hablar en una reunión, podemos decirle: «Ya te hemos escuchado», y preguntaremos directamente a otra persona. Y si interrumpe, levantaremos la mano para que se calle y, sin mirarlo, volveremos a preguntar a quien habíamos dado la palabra. El matiz fundamental es ignorarlo y focalizar nuestra atención en la persona que tenía el turno de palabra.
- Si se trata de un jefe, lo importante es delimitar muy bien lo que nos pide, pues estas personas con frecuencia son poco concretas en sus mensajes y pretenden que adivinemos lo que quieren. En estos casos, no conviene hacerles preguntas de forma oral, pues tienden a enrollarse. Es mejor que les mandaremos un correo escueto, diciéndoles que hemos entendido lo que quieren que hagamos, por ejemplo, un balance, y les detallaremos los pasos que vamos a dar para conseguirlo. De esta forma, les obligamos a ser concretos y nos cubrimos ante posteriores valoraciones negativas. Esto no es fácil cuando ejercen una jefatura sobre nosotros, pero recordemos que estamos en una empresa para trabajar, no para adularlos, ni para dejar que consuman nuestro tiempo. En definitiva, pediremos concreción y dejaremos constancia de ello, siempre que se pueda, por escrito.
- Cuando se trata de una relación de familia, recordaremos que cuanto más les prestemos atención, más agudizaremos su forma de actuar y más reforzaremos sus conductas de superioridad. En estos casos, no dejemos que abusen de nuestra buena educación y tampoco nos enganchemos en discusiones estériles. Es preferible cortar, decir cuál es nuestro criterio y cambiar de tema o de actividad.
- En las relaciones afectivas, por ejemplo, con nuestra pareja, si tenemos a nuestro lado a alguien que se siente superior, no podemos pensar que cambiará con el tiempo. Esta persona puede ser muy seductora en la fase de conquista, pero no creamos ingenuamente que nos tratará de igual a igual; no lo conseguiremos, salvo que trabajemos arduamente. Si es nuestra pareja, pongamos unos límites muy claros en las principales áreas de nuestra vida: en la relación con los hijos, en las tareas de la casa, en la forma de dirigirse a nosotros, en la manera de evadir su responsabilidad o de pretender hacer siempre su voluntad… No son la mejor compañía por su falta de empatía y su desconexión con la realidad. En estas relaciones será crucial que enfrentemos a nuestra pareja con lo que provoca en los demás y con las conductas que no vamos a tolerar.
Reflexión final
En conclusión, la relación con quienes se sienten superiores es agotadora; no escuchan y desprecian las opiniones ajenas. En realidad, la persona que se siente superior es limitada, inflexible, superficial e incapaz de aprender de los demás. Por tanto, no permitas que consuman tu tiempo y abusen de tu buena educación.
Podemos profundizar en el tema en el libro “Que nadie manipule tus emociones” de María Jesús Álava Reyes. La Esfera de los Libros.