Por Laura Ravés, directora de Cultura, Organización y Personas
de MPM Software
Mientras la mayor preocupación de la generación baby boomers era tener un trabajo fijo que les permitiese llenar la nevera y la de los X, conseguir un estatus y algo más de ocio que sus predecesores, la irrupción de la generación millennial en el mercado laboral nos ponía en apuros cuando nos preguntaba por el propósito de la organización y por si se cumplían esos valores que tan bien quedaban enmarcados en algún despacho.
Esa generación que había nacido con las necesidades básicas cubiertas y era la mejor formada de la historia, buscaba algo más en un trabajo. Un legado, trascender, un por qué. Y esa necesidad sigue en la generación Z, los más jóvenes en el mercado laboral.
Cuando una empresa tiene su propósito claro, es aspiracional, retador y lo tenemos en cuenta para tomar decisiones, ¡bingo! Será fácil responder a esas inquietudes que se nos exigen. Sin embargo, cuando nos empeñamos en vender humo y ese propósito simplemente sirve para cubrir un expediente, nos hacemos trampas al solitario.
Pero ¿qué pasa con aquellas organizaciones que tienen uno que cumplen, que les sirve para tomar decisiones, pero que no es aspiracional y no nos hace vibrar cuando suena el despertador por la mañana? Empresas que cubren una necesidad de mercado, que generan puestos de trabajo y riqueza y, en las que incluso, hay un buen ambiente de trabajo. Sobra decir que se mueven en el marco legal y ético.
Ahí es donde, a mi modo de ver, entran en juego los factores motivacionales. Libertad, maestría, relaciones, poder, dinero, etc. La idea es identificar qué motiva a nuestra gente y qué podemos hacer como empresa para honrar al máximo lo que les mueve. Puede que nuestra empresa no sea la que erradicará el hambre en el mundo, ni la que lo hará un lugar más seguro, pero nos permite ser libres, sentirnos aceptados, tenemos unas fantásticas relaciones humanas y además fomenta nuestra curiosidad. ¿Nos vale?