Redacción ‘MS’- Cada 13 de julio, la comunidad sanitaria y educativa internacional recuerda la importancia del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), con su día internacional. En relación a la repercusión sanitaria, familiar y social de esta patología, las últimas investigaciones apuntan a una prevalencia que ronda el 7% de los menores en edad escolar y más del 4% en la edad adulta. Así lo detalla IMQ a través de un reciente comunicado.
Para su abordaje, la comunidad médica cuenta, en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), obra de la Asociación Americana de Psiquiatría, con una serie de criterios diagnósticos de referencia. Así, se pueden citar: inatención durante al menos seis meses; hiperactividad e impulsividad durante al menos 6 meses; aparición de los síntomas antes de los doce años de edad y en dos o más contextos vitales del menor; interferencia de los síntomas con el funcionamiento social, académico o laboral; y existencia de los síntomas sin que se expliquen por otro trastorno mental concurrente.
Además de lo anterior, la Dra. Julia Rosa Bilbao, psiquiatra de IMQ, destaca que, dentro del TDAH se debe diferenciar entre tres posibles subtipos, en función del comportamiento que muestra el niño: «en cada caso, puede ser que predomine la falta de atención, que sea un trastorno hiperactivo-impulsivo, o que haya una combinación de ambos».
Déficit de atención
En relación a los signos principales de los niños con déficit de atención, la psiquiatra cita «la dificultad para concentrarse, entender tareas y llevarlas a cabo o retener información, especialmente cuando es una combinación de síntomas».
Entre las señales de advertencia en estos casos de déficit de atención, se pueden apuntar: «el menor se comporta a menudo de forma distraída, dando la sensación de que está siempre soñando despierto; tiene dificultades de memoria y para retener la información; le cuesta entender las cosas; las actividades que implican mantener la concentración le suponen un esfuerzo excesivo; y le cuesta mucho organizarse y pierde la atención en las tareas, dejándolas sin finalizar».
Los signos del déficit de atención «pueden pasar más desapercibidos», en relación con los del trastorno hiperactivo-impulsivo, pero es conveniente estar alerta con respecto a determinadas situaciones, como por ejemplo, «si el niño o niña empieza a mostrar dificultades claras para seguir el ritmo de la clase y es incapaz de realizar actividades que requieran concentración en relación a su edad».
Trastorno hiperactivo-impulsivo
En contraste con el anterior déficit de atención, los signos más habituales asociados al trastorno hiperactivo-compulsivo son «la incapacidad para quedarse quieto, la dificultad para relajarse, hablar descontroladamente, no respetar los turnos del diálogo, interrumpir a los demás mientras hablan y mostrar una evidente impaciencia e impulsividad».
También es habitual, según añade la psiquiatra de IMQ, que al menor le sea difícil escuchar instrucciones, realizar tareas relajadas o permanecer sentado en clase o a la hora de comer, «puesto que necesita moverse todo el rato».
Estos síntomas se agudizan a medida que pasan los años, «cuando el niño no es capaz de adquirir capacidades para autocontrolar sus impulsos al mismo ritmo que otros compañeros de su edad y esto genera problemas en su relación con los demás».
Importancia del diagnóstico precoz
Si el niño o niña muestra signos relacionados con el déficit de atención o la hiperactividad, «es importante que los padres hablen con el pediatra para que pueda valorar el caso». Según apunta la Dra. Julia Rosa Bilbao, «no existe una prueba única para determinar el TDAH, puesto que requiere de un enfoque integral, que incluye conocer el comportamiento del niño en diferentes entornos, tanto en casa como en la escuela y en la interacción con otros niños de su edad. La recogida de información ha de ser muy detallada».
El diagnóstico incluirá «pruebas psicológicas, así como análisis médicos para descartar otro tipo de patologías».
En caso de necesitar tratamiento, se hará siempre de forma multidisciplinar e individualizada, en función de la edad y las dificultades concretas de cada niño o niña. Por ejemplo, hasta los seis años de edad, el tratamiento de elección no es farmacológico, y se apoya en la psicoeducación y en la psicoterapia. En este último aspecto, según apunta la Asociación Española de Pediatría, la terapia conductual debe ser la primera opción entre los cuatro y los cinco años de edad, debido a su mayor evidencia. Ésta, junto a los cambios en el ambiente y al trabajo entre padres e hijos, reduce las conductas disruptivas.
La psiquiatra de IMQ concluye señalando que las causas del trastorno por déficit de atención e hiperactividad «no están determinadas, pero sí sabemos que la genética tiene un papel predominante. Además, es importante tener en cuenta que este trastorno no tiene su origen en la educación familiar ni en factores sociales o del entorno, así que debemos desterrar sentimientos de culpa como padre o madre. Aun así, las dificultades en el entorno familiar o social sí pueden provocar un empeoramiento de los síntomas del hijo o hija».