Por Mª Jesús Álava Reyes, presidenta de Apertia-Consulting y de la Fundación María Jesús Álava Reyes. También dirige el Centro de Psicología Álava Reyes y el Instituto de Bienestar Psicológico y Social.
¿Alguna vez nos hemos dado cuenta de que nos pasamos la vida seleccionando?
Si lo pensamos detenidamente, ¡no paramos de seleccionar desde que nacemos!, y aunque nos parezca mentira, constantemente los demás también nos seleccionan o nos rechazan.
Desde pequeños intentamos seleccionar todo lo que es importante en nuestra vida, hasta el extremo de que nos fastidia muchísimo aquello que no depende de nosotros.
Intentaremos abordar las selecciones que nos vienen impuestas y aquellas que entran en nuestro campo de acción, que dependen, en teoría, de nuestra voluntad o de nuestra capacidad de análisis y reflexión; en definitiva, esas selecciones que marcarán el rumbo y el bienestar o la infelicidad de nuestras vidas.
«Desde pequeños intentamos seleccionar todo lo que es importante en nuestra vida, hasta el extremo de que nos fastidia muchísimo aquello que no depende de nosotros».
¿Qué hechos no podemos seleccionar, porque nos vienen dados?
Hay hechos que nos vienen impuestos; por ejemplo, no seleccionamos el momento en que venimos al mundo, ni el lugar, país, región… donde nacemos.
Tampoco seleccionamos a nuestra familia, ¡y bien que nos pesa muchas veces! Igualmente, no depende de nosotros el que nazcamos en un medio rico o pobre; avanzado o atrasado; positivo o negativo…
¿Somos producto de la selección que hacen otras personas en nuestra vida?
Es una realidad que se nos escapan áreas cruciales que son significativas en nuestra vida.
El proceso es bastante claro. Al principio seleccionan por nosotros. Nuestros padres eligen la enseñanza que seguiremos, el colegio al que acudiremos, el lugar donde viviremos… Muchas personas creen que su vida quedó determinada por esas primeras selecciones, en las que otras personas decidieron por nosotros, pero esta afirmación no es del todo correcta.
Es verdad que de pequeños, incluso de mayores, no podemos seleccionar con libertad; con frecuencia no podemos elegir aquello que más nos gustaría, hay muchas circunstancias y hechos que nos condicionan, pero eso no significa que nuestra vida ya esté determinada, y que nos sintamos como meros espectadores que contemplan una partida, donde las cartas están marcadas.
Todos conocemos hermanos, incluso gemelos o mellizos, hijos de los mismos padres, que vivieron las mismas circunstancias, incluso en el mismo periodo de tiempo, pero que han sido personas muy diferentes. Algunos se sentían muy felices con su destino y otros se encontraban permanentemente insatisfechos.
En definitiva, nos condicionan algunas selecciones que otros hacen por nosotros, pero eso no quiere decir que inexorablemente marquen nuestras vidas.
«Todos conocemos hermanos, incluso gemelos o mellizos, hijos de los mismos padres, que vivieron las mismas circunstancias, incluso en el mismo periodo de tiempo, pero que han sido personas muy diferentes».
¿Qué es lo que siempre podemos seleccionar?
Afortunadamente, y a pesar de todos los condicionantes, incluso en las circunstancias más difíciles, tenemos cierta capacidad de selección; podemos intentar elegir cómo sentirnos con nosotros mismos, cómo salvarnos y protegernos en las situaciones más dramáticas.
Aunque parezca algo manido, la realidad es que podemos seleccionar la actitud que adoptemos en cada momento, en cada vivencia que tengamos.
Esa actitud será lo que marque nuestro bienestar o nuestra insatisfacción permanente.
Esa actitud, que no depende de los hechos, que depende básicamente de nuestros pensamientos, de cómo seamos dueños de esa voz interior que nos decimos, es la que marca nuestro estado de ánimo y que activa lo mejor o lo peor que llevamos dentro.
Esa actitud que se puede trabajar muy bien desde la psicología, pero, desgraciadamente, casi nunca ha formado parte de nuestros planes de estudio.
Esa actitud que nos ayudará a encontrar caminos en las circunstancias más difíciles o, por el contrario, nos hundirá en la oscuridad de nuestra insatisfacción, de esa insatisfacción que nos llena de tristeza y nos vacía de alegría, y que lo hace, incluso, a pesar de que la vida, aparentemente, nos sonría.
«Aunque parezca algo manido, la realidad es que podemos seleccionar la actitud que adoptemos en cada momento, en cada vivencia que tengamos».
¿Cómo se hacen las selecciones profesionales?
En la selección de candidatos a un puesto de trabajo, los profesionales de la psicología sabemos que la misión principal de un buen método de evaluación es la evaluación objetiva del grado de adecuación del potencial de los candidatos, con los requisitos y exigencias (profesiograma o perfil de competencias) de un perfil profesional. Otra cosa muy distinta es cómo realicemos la selección. Podemos hacerlo utilizando cuestionarios, realizando dinámicas de grupo, entrevistas personales, análisis de casos prácticos…; no obstante, a pesar de todo, nos podemos equivocar algunas veces, pero tendremos mayores probabilidades de acertar que aquellos que seleccionan “por intuición”, por la “química”, porque sienten simpatía o rechazo por alguien.
Pero tan importante como evaluar bien a un posible candidato, por parte de la empresa, será también la selección que debería hacer el profesional respecto de la empresa, organización, actividad o área a la que quiera dedicar una parte fundamental de su vida. Y esa selección parece que pocas veces se produce; en gran medida por la situación del mercado laboral, pero también porque no tenemos costumbre de ser nosotros quienes seleccionemos a qué vamos a dedicar nuestra vida en cada momento, y no me refiero a la selección que haces en plena adolescencia sobre los estudios o el trabajo que quieres abordar, me refiero a la selección que deberíamos hacer constantemente a lo largo de nuestra vida, pues constantemente las circunstancias cambian, los hechos se transforman y lo que pudo ser válido o erróneo en el pasado puede haber cambiado en el presente, y en ese momento conviene volver a reflexionar sobre ello y decidir qué pasos queremos dar, hacia dónde dirigirnos y cómo afrontar nuestro presente y nuestro futuro, al menos más inmediato.
«Tan importante como evaluar bien a un posible candidato, por parte de la empresa, será también la selección que debería hacer el profesional respecto de la empresa, organización, actividad o área a la que quiera dedicar una parte fundamental de su vida».
¿Seleccionamos más con la razón o con la emoción?
Lógicamente, dependerá de cada persona y del momento o la etapa que estemos viviendo, pero si lo pensamos detenidamente, ¿cuántas veces seleccionamos a golpe de emoción? Y no me refiero a selecciones intrascendentes, no estoy pensando en qué ropa me voy a poner hoy, qué película quiero ver o qué nevera vamos a comprar; me refiero a hechos tan transcendentes como ¿a quién elijo como pareja?, ¿con qué persona me voy a casar?, ¿quién deseo que sea el padre o la madre de mis hijos?, ¿qué profesión voy a elegir?…
Con frecuencia, vemos casos de personas muy reflexivas en sus trabajos, muy racionales en todo lo concerniente al ámbito profesional y, por el contrario, totalmente irreflexivas a nivel personal. Llevan 20 años trabajando duramente y esforzándose por ganarse una carrera profesional, y en 4 días te dicen que se han desengañado del trabajo, o que se han enamorado de alguien y que “tiran” toda su vida por la borda. Y no quiero decir que no debamos tener deseos de cambiar de trabajo o que no nos podamos enamorar por segunda, tercera o cuarta vez en nuestras vidas; lo que expongo es que tenemos que ser más reflexivos ante decisiones que pueden marcar nuestra existencia y la de las personas que están a nuestro alrededor. Por ejemplo, muchos de esos “enamoramientos” se pasan en poco tiempo, se acaban cuando termina la novedad o la ilusión de lo desconocido o lo inalcanzable, pero los efectos que ha provocado esa selección precipitada pueden ser muy importantes: separaciones traumáticas, hijos en crisis, trabajos en peligro… Fruto de esas decisiones impulsivas e inconsistentes, tenemos a profesionales fantásticos que pasan a ser trabajadores mediocres y, lo que es peor, personas hasta ese momento felices, que se convierten en el ejemplo de la desgracia o el desgarro.
Pero no querría que este artículo pareciera una cruzada contra las separaciones; siempre he sostenido que cuando una relación se ha acabado lo mejor es asumirlo y ser conscientes de que ahí no se termina una vida, sino de que empieza una nueva etapa. Lo que me gustaría destacar es que hay personas que hacen selecciones muy importantes en su vida a golpe de impulso, sin pensar en la trascendencia que puede tener esa decisión.
Por favor, ¡cuidemos mucho a quiénes elegimos para estar a nuestro lado!, pues su presencia o ausencia puede determinar gran parte de nuestra vida. Seleccionemos con calma, con rigor, con la cabeza y con el corazón, pero que nuestra selección no sea producto de nuestros impulsos, ni de nuestras insatisfacciones.
Por último, recordemos que cuando nos encontramos mal no es el momento de seleccionar o tomar decisiones importantes, es el momento de poner toda nuestra energía en recuperarnos, para que cuando estemos bien podamos decidir desde la lógica, desde la reflexión y desde la sabiduría.
«Con frecuencia, vemos casos de personas muy reflexivas en sus trabajos, muy racionales en todo lo concerniente al ámbito profesional y, por el contrario, totalmente irreflexivas a nivel personal».
Reflexión final:
Una buena selección implica un análisis objetivo, que sólo será válido si nuestro estado emocional es el adecuado. En este sentido, es difícil llevar la vida que nos gustaría, pero es imposible si antes no tenemos claro cómo somos, dónde estamos, qué queremos, qué debemos cambiar o mejorar…, y cómo podemos sacar lo mejor que llevamos dentro.