Por Elena Mayor Lozano, CEO en EmotionHR y vicepresidenta de la Asociación Nacional de Felicidad de Personas y Organizaciones, Conciencia y Compasión
La semana pasada viví un episodio que me hizo reflexionar sobre la soledad.
Salí con mi pareja a disfrutar de un día soleado de sábado por una calle peatonal de mi ciudad. Paré en una farmacia para comprar algunas cosas, mientras él me esperaba tomando un café. En la farmacia, delante de mí, había dos personas que esperaban a ser atendidas y la dependienta hablaba con una señora de edad que le preguntaba por una crema para las manchas de su piel. La farmacéutica intentó ser amable y le explicó detenidamente los beneficios de los diferentes productos que podía ofrecerle. La anciana se lo agradeció “muy amable, joven”, sin embargo no compró nada y comenzó a preguntarle por otros productos para el dolor de espalda y otros para el insomnio. Tuvo que salir a atendernos una segunda farmacéutica y después una tercera porque la cola de dos se convirtió rápidamente en una de cinco personas.
Yo estaba inquieta porque mi pareja me esperaba, sin embargo decidí esperar a ser atendida porque quería saber qué estrategia adoptaría la dependienta de farmacia que atendía a la incansable anciana que enganchaba una pregunta con otra. Ella decidió seguir escuchando, pero esta vez sin decir nada, como anunciando que sus explicaciones sobre los productos de la farmacia finalizarían próximamente, si no pensaba hacer compra alguna.
Fui totalmente consciente de que la señora de edad avanzada no necesitaba comprar esos productos, que acudía la farmacia simplemente poder para hablar con alguien. La viejecita explicaba con todo detalle los dolores que sufría en su espalda, daba la impresión de que simplemente quería contárselo a alguien. El monstruo de la soledad no deseada se abre paso entre muchas personas de edad cuyas figuras de apoyo emocional ya no están y las que están, no están disponibles para escuchar conversaciones poco estimulantes.
He recordado después como he visto repetirse ese patrón en otros contextos: señores y señoras mayores que necesitan hablar y lo hacen con enfermeras, camareros, dependientes o médicos que “tienen” que escucharles. Recordé también que en las sociedades indígenas, los mayores eran respetados por su sabiduría o simplemente por ser los ancianos de la tribu. Las sociedades primitivas eran infinitamente más empáticas, compasivas y consideradas que nuestras sociedades avanzadas, movilizadas principalmente por el intercambio, la diversión, el éxito y otros elementos que escapan por completo a la oferta personal de un anciano.
Sin embargo, este monstruo no solo afecta a los más mayores, la soledad emocional es un mal endémico de nuestro tipo de sociedad.
«La soledad emocional es un mal endémico de nuestro tipo de sociedad«.
¿Es posible sentirse solo en una sociedad hiperconectada?
La soledad que podríamos llamar emocional depende de la existencia de vínculos estrechos, de contar con personas en las que podemos confiar, que supongan un apoyo emocional para nuestro lado más íntimo y personal.
Estar rodeados de gente en la calle o en las redes sociales, no nos proporciona soporte emocional. Por supuesto que es posible sentirse solo, incluso abandonado, en una sociedad hiperconectada.
«Estar rodeados de gente en la calle o en las redes sociales, no nos proporciona soporte emocional».
¿La soledad es un monstruo en nuestra sociedad?
No exactamente. La soledad es una desgracia para quien no quiere estar solo.
En adolescentes produce baja autoestima y puede conducir hacia conductas tóxicas como adicciones, autolesiones o incluso suicidio. En personas adultas con problemas de dependencia emocional puede producir problemas importantes de salud mental.
Los humanos somos seres sociales y necesitamos interactuar con otras personas para poder mantenernos cuerdos. Sin embargo, estas interacciones de calidad pueden reducirse en algunas etapas de la vida como la tercera edad y al contrario, suelen ser excesivas y demasiado exigentes en las etapas más productivas de la vida.
En estas etapas de la vida de saturación en los las interacciones sociales el silencio y la soledad pueden llegar a considerarse un tesoro. La diferencia está en desear o no estar en soledad.
«Los humanos somos seres sociales y necesitamos interactuar con otras personas para poder mantenernos cuerdos. Sin embargo, estas interacciones de calidad pueden reducirse en algunas etapas de la vida como la tercera edad y al contrario, suelen ser excesivas y demasiado exigentes en las etapas más productivas de la vida».
La terapia de la soledad elegida
El ruido del cada día, el trabajo, los hijos, las reuniones, la pareja, no nos permite parar, entender dónde estamos y elegir hacia donde vamos.
El ruido externo es incesante y que en ocasiones se detiene, pero existe un ruido interno que no se detiene nunca porque lo generamos nosotros con nuestros pensamientos incesantes. Nos acompañan allá donde vamos en forma de pensamientos recurrentes sobre algo que no hemos resuelto bien, en forma de juicios que nos censuran o censuran a otros, como quejas o en forma de las estrategias para hacer frente a los desafíos. Hay pensamientos que nos ayudan y otros que no.
Sólo paramos cuando el presente se vuelve inaceptable. Dicen que la depresión es la manera que encuentra nuestra mente para obligarnos a parar. La depresión nos obliga a hacer ese parón forzoso que necesitamos para dar un paso atrás, observar, cambiar la brújula -o no- y continuar camino.
Abrazar la soledad para detener nuestras vidas temporalmente suele ser algo que la propia vida impone y suele acontecer cuando no aceptamos lo que nos pasa: después de un acontecimiento negativo de grandes proporciones como perder un ser querido, perder a tu pareja, tu trabajo o tus posesiones. Paramos la vida cuando lo que ocurre resulta inaceptable y precisamente aceptar lo que pasa será el primer paso para volver a conectar con quien somos, con nuestra esencia, para parar y reorganizar las cosas, para aceptar y comenzar de nuevo.
Si estás en este proceso, entenderás perfectamente lo que digo. La soledad te vacía de impurezas, te permite acordar contigo mismo los cambios que necesitas implementar y te conecta con tu esencia. Practica la soledad después de una tragedia, después de un desamor y comprueba cuán terapéutica puede ser.
«El ruido externo es incesante y que en ocasiones se detiene, pero existe un ruido interno que no se detiene nunca porque lo generamos nosotros con nuestros pensamientos incesantes».
¿Monstruo o tesoro? Dime en qué momento estás de tu vida y te diré la respuesta.
Te escucho en emayor@emotionhr.com