Solitud

Solitud

Por Elena Mayor Lozano, CEO en EmotionHR y vicepresidenta de la Asociación Nacional de Felicidad de Personas y Organizaciones, Conciencia y Compasión

Hemos acuñado este término anglosajón para describir un tipo específico de soledad: la Solitud.

La soledad, entendida en su sentido más tradicional, es un estado en el que las personas están solas y buscan o quieren estar en compañía. Constituye por lo tanto un estado negativo, en el sentido de que  la persona no desea estar en él.

La expresión solitud evoca un sentido positivo de ese estado. La solitud es también una situación de soledad, pero buscada. Una soledad a la que la persona accede de manera voluntaria. Este enfoque evoca figuras que siempre han existido a lo largo de la historia como los ermitaños, los anacoretas, los ascetas o los cenobitas, personas que han conseguido permanecer dentro de este estado de disfrute de la soledad.

La solitud puede también definirse como una experiencia especial en la que la persona se siente dueña de sus recursos cognitivos, físicos y emocionales a través de la permanencia en soledad, que le permite hacerse consciente de los recursos propios. Este estado de solitud nos conduce a un espacio de relajación e introspección, dónde se producen importantes insights sobre nuestra individualidad que nos ayuda en la búsqueda de nuestro crecimiento personal.

No  es fácil sentirse contento en soledad, sentir que nuestra propia compañía es un disfrute. Y curiosamente, la vía del primer acceso a la capacidad de sentir intensamente los beneficios de la soledad es el sufrimiento. Aunque no es la única vía, es una puerta de tránsito frecuente.

Muchas personas que conocen los beneficios de la absoluta soledad y que han aprendido a apreciarla entraron en contacto con ella a través de la máxima expresión del sufrimiento mental, lo que yo llamo la Noche Oscura del Alma, adoptando el título del famoso poema de San Juan de la Cruz. En mi caso, ese fue mi particular acceso al descubrimiento de la solitud.

Mi particular NOA (Noche Oscura del Alma) surgió del derrumbamiento de mi mundo, un mundo por el que luché denodadamente, por el que trabajé hasta la extenuación y en el que di lo mejor de mí misma durante años y que desapareció en tan solo dos meses, barriendo el trabajo de toda una vida y el sacrificio tremendo para consolidarlo. Sin entrar en mucho detalle, pasé de un punto álgido de éxito profesional y económico que me costó muchos sacrificios personales, entre otros el tiempo con mis hijas, a un estado de profunda pérdida que llegó a mi vida en un instante, sin tiempo de asimilación. Este fue el punto de entrada a una situación desconocida, que me hizo transitar por el oscuro túnel de la falta de aceptación de mi nueva vida, tal y como se presentaba en ese momento.

Este oscuro, oscurísimo túnel, mi NOA, por el que me desplacé en completa soledad, me hizo cuestionarme toda mi vida, mis valores más profundos, como el sentido del esfuerzo, la familia, la confianza y el honor. Repentinamente, nada de eso tenía valor. Ni uno solo de esos principios me sirvió para enderezar el inminente derrumbe de mi vida. Y al perder sentido mis valores más fundamentales, me derrumbé también personalmente y durante años transité la oscuridad sin rumbo. Esa oscuridad me sumió en la soledad y la reflexión y de ese estado aprendí muchas cosas, gran parte de las que construyeron mi nuevo yo, mi nueva escala de valores.

Aprendí que cuando todo está perdido es necesario darle la vuelta a la vida como si fuera un calcetín. Aprendí que lo importante es la paz y el amor y aprendí a entender que la culpabilidad no tiene sentido, a valorar las pequeñas cosas y sobre todo a aceptar. Y poco a poco, la pequeña luz de la aceptación comenzó a darme fuerzas para salir de la oscuridad.

«No  es fácil sentirse contento en soledad, sentir que nuestra propia compañía es un disfrute. Y curiosamente, la vía del primer acceso a la capacidad de sentir intensamente los beneficios de la soledad es el sufrimiento. Aunque no es la única vía, es una puerta de tránsito frecuente».

Esos años de profunda e inquietante soledad, me ayudaron a entender la importancia de parar el ritmo, de entrar dentro de uno mismo e investigarse para tomar consciencia de qué persona somos y de si queremos ser así o queremos hacer cambios. Cambios que nadie puede operar desde fuera, que sólo podemos gestionar desde dentro.

El deseo de cambio a todos los niveles me facilitó un camino hacia la aceptación, no sólo de la situación, también de mí misma y finalmente encontré la profunda satisfacción de la soledad buena, la solitud. Tanto fue así que sentí la adicción a la solitud, que engancha porque comienza siendo una herramienta de mejora personal y termina siendo una agradable sensación de estar satisfecho en tu compañía, un estado en el que deseamos permanecer.

Sin embargo, somos animales sociales. Las personas necesitamos a otras personas porque queremos tener cosas que ellos pueden proporcionarnos, cosas que ellos tienen, y necesitamos negociar para conseguirlas. Necesitamos también a los otros para trabajar en equipo y conseguir logros mayores que los que están a nuestro alcance individualmente. Y necesitamos a otras personas para establecer conexiones emocionales por propia necesidad existencial.

Necesitamos una pareja que nos complete, como el ying y el yang de la antigua cultura taoísta. Una persona de carácter Yang que tiende a ser impulsiva, segura de sí misma, líder y competitiva necesita el contrapunto de una persona de carácter Ying, más creativa, imaginativa, comprensiva y sensible, para encontrar el equilibrio en su vida. Nos necesitamos para equilibrarnos emocionalmente.

Esta necesidad de vincularnos a otras personas nos aparta de la soledad buena en la que abordamos nuestra madurez personal. Cuando nuestra existencia gira en torno a los demás, perdemos esa experiencia de ser conscientes de nosotros mismos, ese parar para integrar mejoras. Y al contrario, cuando nos perdemos en posiciones anacoretas, aislados de los demás, entramos en un bucle de ansiedad, al no tener cerca a los demás, algo que realmente necesitamos.

«Somos animales sociales. Las personas necesitamos a otras personas porque queremos tener cosas que ellos pueden proporcionarnos, cosas que ellos tienen, y necesitamos negociar para conseguirlas».

¿Dónde está el equilibrio? La solitud implica un derecho a estar solos, a disfrutar de un tiempo de soledad nutritiva que es necesario buscar y reivindicar, pero debe ocupar espacios concretos, sin anclarnos en largos periodos de aislamiento.

Busca tus espacios personales de solitud en tu tiempo diario o semanal, espacios que te inviten a la reflexión para entrar en un ciclo de mejora continua que te evite transitar tu particular NOA.

Si quieres comentar sobre el tema, escríbeme a emayor@emotionhr.com